miércoles, 16 de marzo de 2016

Dos cantatas de Emilio Carvajal




En esta oportunidad recordamos al  literato quillotano-calerano-iquiqueño Emilio Carvajal Edwards (Iquique, marzo de 1911 - Quillota, diciembre de 1994). Según los datos aportados por el folleto  literario “Presencia del Mayaca” (1984) del Círculo Literario  “Quillota”: “don Emilio se destacó desde sus tiempos de  estudiante, dirigiendo periódicos y revistas, y más  tarde, como combativo cronista y polemista. Escribe para dar un mensaje, un alerta, una esperanza. Sus  “CANTATAS” han hecho  estremecer grandes auditorios. En la ciudad de La Calera, donde estuvo radicado por  más de treinta  años, luchó  contra  la indiferencia cultural. Colaboró en la  fundación en la Escuela de “El Trigal”, el Liceo, Hospital, Club de Ajedrez, de Filatelia, etc. Pertenece a la Sociedad de Escritores de Valparaíso, Grupo “Altamar” y al Círculo Literario “Quillota”, ciudad en la que reside actualmente.”

Sobre su trabajo literario, el Premio Nacional de Periodismo 1964, Raúl Morales Álvarez, en la columna titulada “Cantata al Loco y al Picoroco”, publicada en “Las Últimas Noticias” (Santiago, 24 de enero de 1989) señala:
“Quillota – para mi  gusto, al menos -  amanece abúlica y anochece apática. Tal  vez  en razón  de  esta íntima dolencia, una llaga secreta inadvertida para  la  mayoría  de  sus  habitantes, la  ciudad  parece  ignorar a los  auténticos  poetas que  posee. Un caso  entre  muchos  otros, es  el  de Emilio Carvajal Edwards, autor de la  joyas  verbales  que  él llama Cantatas, gemas  que deberían  haberle  dado ya un  rango de primera  fila en  el  ámbito  poético de Chile. Saboree usted  esta  “Cantata al Picoroco” y dígame  después   si  tengo o no  la  razón en lo  que  afirmo:

“Calcárea catedral de gótica estructura,/ sobre  tus  torres  truncas abren  sus  abanicos/románticas  gaviotas y  altivos  alcatraces./Un monje en  cada torre se  asoma quedamente/ y eleva, taciturno, plegarias a  su  Dios./ No  entiendo  tus  latines  sabroso picoroco,/ sólo    que  en  mi fuente de  barro  recocido,/ mezclado  con  almejas  y choros  al  vapor,/ te  interpreto  a mi  modo, te  traduzco  a mi  idioma,/ y  entre  sorbos de tinto o  entre  sorbos de  blanco,/ brindo  con  cada  monje en  su  cáliz  de  amor ./ Pero eso  no  es  todo, sabroso  picoroco;/ yo quisiera  quedarme entre  tus  catedrales/ aprendiendo tus kyries y  tus ora pro nobis,/ conocer  tus  credos y  pedirle  a  tu  Dios/ no  permita  que  abunde tanta  mano desierta,/ ¡tanta boca  vacía, tanta  angustia en  la  voz!/ Y  si  así  lo  permites seguiré proclamando/ tu  bondad sempiterna, porque tú, picoroco/ ¡eres  polvo  cósmico ardiendo!/ ¡Soplo eterno  del  sol!”

Los que   se  suponen pontífices de la  crítica literaria, naturalmente, hallarán  baches y  defectos en  estos  versos  claros. Los  hay, sin  duda, y  a la  vista. Pero  yo  afirmo, a  contramano, por  el revés  de la trama, que  hasta  la propia  luz  retumba en las  rimas de Carvajal, dejando  en  nada, como  cosas  de menor  cuantía, los mordiscos  que  no  alcanzan a  herirlas.

Prefiero, por eso, ofrecer otra  muestra  del  genio  poético de Emilio Carvajal. La  extraigo de su “Cantata al Loco” (…)

Loco:
Es tu casa sin puertas, sin ventanas, sin techo
tu recóndita cuna
tiene visos de nácar
tiene luz de ilusión.

Cuando te echan afuera
desahuciado, dolido
tu mansión se transforma
en un nido de luces
como flores de amor.

Van allí a parar las cenizas nostálgicas
de las penas vividas
de las ansias furtivas
que en volutas de humo
o espirales de sueño
van dejando su huella
empapada en dolor.

Yo aprendí en tu casa
la canción infinita
que prodigan las olas
en las alas del viento.

Para mí, eres, como un amasijo de luces
desplegado en el parpadeo
fugaz de las estrellas.

¡Te pareces a un coágulo de camanchaca
suspendido en el vértice
azul de las esperanzas!

Yo, por cantarle al erizo,
a los choro-zapatos,
a la almeja sabrosa,
a las jaibas rojizas,
al triunfal picoroco,
a los largos jureles,
a los rubios tomoyos,
a las raudas sardinas,
a los bosques inmensos de los cochayuyos,
por cantar tanta fiesta
saturada en los labios,
tanta luz en el alma,
tanto beso en los ojos,
me tildaron de loco,
me llamaron fallado,
que mis sesos patinan
y que estaba rayado.

Y por eso, por loco
porque estoy rematado,
tengo libre albedrío,
tengo luz en los labios,
tengo fuego en los ojos,
tengo miel en las manos.

Son muy pocos por eso,
que no dan ni desatan
la razón de mis versos,
del por qué estas cantatas.

Loco humilde y sabroso:
con un poco de aceite
y unas yemas doradas
preparamos la crema:
la vulgar mayonesa,
suavicemos tu carne ferozmente apaleada
_porque todos sabemos el final de tu vida_
sin tu previo permiso,
allanaron tu casa,
te sacaron de quicio,
te engarzaron en sartas
y amarrado en docenas,
por muy pocos centavos,
ten vendieron en ferias como viles esclavos
te metieron en sacos,
te llenaron de afrecho,
flagelaron tu cuerpo,
te azotaron con saña,
pero tú, loco humilde,
generoso en la vida
y hasta más allá de su muerte
te proyectas sabroso,
no claudicas ni callas,
no hay mordaza o paliza
que logre acallar
tú te expandes, te agrandas,
ennobleces las mesas
y eres un bocado sabroso
en cualquier paladar.

Como un loco cualquiera
que pregona verdades,
que reclama justicia,
que reclama equidad,
que por más que te ensaquen,
que saqueen tu casa,
que descarguen su furia,
y te quiten la vida,
crucifiquen tu cuerpo,
o te tiendan de bruces
y te dejen botado sin cerrarte los ojos …
o perforen tu cuerpo con cuarenta metrallas…
ni te tengan piedad
seguirás como loco
alargando los brazos
alargando los ojos
dando amor, dando paz.

Seguiré yo a tu lado
con mi pecho enlutado,
como loco perdido,
como loco apaleado,
entonando cantatas
como un fuerte bramido
prodigándome siempre
a favor de los locos
con mensajes de luces
de verdad y de amor.