En
esta oportunidad recordamos al literato
quillotano-calerano-iquiqueño Emilio
Carvajal Edwards (Iquique, marzo de 1911 - Quillota, diciembre de 1994).
Según los datos aportados por el folleto
literario “Presencia del Mayaca”
(1984) del Círculo Literario “Quillota”:
“don Emilio se destacó desde sus tiempos de
estudiante, dirigiendo periódicos y revistas, y más tarde, como combativo cronista y polemista.
Escribe para dar un mensaje, un alerta,
una esperanza. Sus “CANTATAS” han
hecho estremecer grandes auditorios. En
la ciudad de La Calera, donde estuvo radicado por más de treinta años, luchó
contra la indiferencia cultural.
Colaboró en la fundación en la Escuela
de “El Trigal”, el Liceo, Hospital, Club de Ajedrez, de Filatelia, etc.
Pertenece a la Sociedad de Escritores de Valparaíso, Grupo “Altamar” y al
Círculo Literario “Quillota”, ciudad en la que reside actualmente.”
Sobre
su trabajo literario, el Premio Nacional de Periodismo 1964, Raúl Morales Álvarez, en la columna titulada
“Cantata al Loco y al Picoroco”,
publicada en “Las Últimas Noticias” (Santiago, 24 de enero de 1989) señala:
“Quillota
– para mi gusto, al menos - amanece abúlica y anochece apática. Tal vez en
razón de
esta íntima dolencia, una llaga secreta inadvertida para la
mayoría de sus
habitantes, la ciudad parece
ignorar a los auténticos poetas que
posee. Un caso entre muchos
otros, es el de Emilio Carvajal Edwards, autor de la joyas
verbales que él llama Cantatas, gemas que deberían
haberle dado ya un rango de primera fila en
el ámbito poético de Chile. Saboree usted esta “Cantata al Picoroco” y dígame después
si tengo o no la
razón en lo que afirmo:
“Calcárea
catedral de gótica estructura,/ sobre
tus torres truncas abren
sus abanicos/románticas gaviotas y
altivos alcatraces./Un monje
en cada torre se asoma quedamente/ y eleva, taciturno,
plegarias a su Dios./ No
entiendo tus latines
sabroso picoroco,/ sólo sé que
en mi fuente de barro
recocido,/ mezclado con almejas
y choros al vapor,/ te
interpreto a mi modo, te
traduzco a mi idioma,/ y
entre sorbos de tinto o entre
sorbos de blanco,/ brindo con
cada monje en su
cáliz de amor ./ Pero eso no
es todo, sabroso picoroco;/ yo quisiera quedarme entre tus
catedrales/ aprendiendo tus kyries y
tus ora pro nobis,/ conocer
tus credos y pedirle
a tu Dios/ no
permita que abunde tanta
mano desierta,/ ¡tanta boca
vacía, tanta angustia en la
voz!/ Y si así
lo permites seguiré proclamando/
tu bondad sempiterna, porque tú,
picoroco/ ¡eres polvo cósmico ardiendo!/ ¡Soplo eterno del
sol!”
Los
que se
suponen pontífices de la crítica
literaria, naturalmente, hallarán baches
y defectos en estos
versos claros. Los hay, sin
duda, y a la vista. Pero
yo afirmo, a contramano, por el revés
de la trama, que hasta la propia
luz retumba en las rimas de Carvajal, dejando en
nada, como cosas de menor
cuantía, los mordiscos que no
alcanzan a herirlas.
Prefiero,
por eso, ofrecer otra muestra del
genio poético de Emilio Carvajal.
La extraigo de su “Cantata al Loco” (…)
Loco:
Es tu casa sin puertas, sin ventanas, sin techo
tu recóndita cuna
tiene visos de nácar
tiene luz de ilusión.
Cuando te echan afuera
desahuciado, dolido
tu mansión se transforma
en un nido de luces
como flores de amor.
Van allí a parar las cenizas nostálgicas
de las penas vividas
de las ansias furtivas
que en volutas de humo
o espirales de sueño
van dejando su huella
empapada en dolor.
Yo aprendí en tu casa
la canción infinita
que prodigan las olas
en las alas del viento.
Para mí, eres, como un amasijo de luces
desplegado en el parpadeo
fugaz de las estrellas.
¡Te pareces a un coágulo de camanchaca
suspendido en el vértice
azul de las esperanzas!
Yo, por cantarle al erizo,
a los choro-zapatos,
a la almeja sabrosa,
a las jaibas rojizas,
al triunfal picoroco,
a los largos jureles,
a los rubios tomoyos,
a las raudas sardinas,
a los bosques inmensos de los cochayuyos,
por cantar tanta fiesta
saturada en los labios,
tanta luz en el alma,
tanto beso en los ojos,
me tildaron de loco,
me llamaron fallado,
que mis sesos patinan
y que estaba rayado.
Y por eso, por loco
porque estoy rematado,
tengo libre albedrío,
tengo luz en los labios,
tengo fuego en los ojos,
tengo miel en las manos.
Son muy pocos por eso,
que no dan ni desatan
la razón de mis versos,
del por qué estas cantatas.
Loco humilde y sabroso:
con un poco de aceite
y unas yemas doradas
preparamos la crema:
la vulgar mayonesa,
suavicemos tu carne ferozmente apaleada
_porque todos sabemos el final de tu vida_
sin tu previo permiso,
allanaron tu casa,
te sacaron de quicio,
te engarzaron en sartas
y amarrado en docenas,
por muy pocos centavos,
ten vendieron en ferias como viles esclavos
te metieron en sacos,
te llenaron de afrecho,
flagelaron tu cuerpo,
te azotaron con saña,
pero tú, loco humilde,
generoso en la vida
y hasta más allá de su muerte
te proyectas sabroso,
no claudicas ni callas,
no hay mordaza o paliza
que logre acallar
tú te expandes, te agrandas,
ennobleces las mesas
y eres un bocado sabroso
en cualquier paladar.
Como un loco cualquiera
que pregona verdades,
que reclama justicia,
que reclama equidad,
que por más que te ensaquen,
que saqueen tu casa,
que descarguen su furia,
y te quiten la vida,
crucifiquen tu cuerpo,
o te tiendan de bruces
y te dejen botado sin cerrarte los ojos …
o perforen tu cuerpo con cuarenta metrallas…
ni te tengan piedad
seguirás como loco
alargando los brazos
alargando los ojos
dando amor, dando paz.
Seguiré yo a tu lado
con mi pecho enlutado,
como loco perdido,
como loco apaleado,
entonando cantatas
como un fuerte bramido
prodigándome siempre
a favor de los locos
con mensajes de luces
de verdad y de amor.